En los gobiernos Lula y Dilma, la presencia brasileña en las organizaciones internacionales se hizo más expresiva de lo que jamás había sido, y se caracterizó por la permanente defensa de los intereses de los más pobres, como lo comprueban las actuaciones de José Graziano da Silva, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO); Paulo Vannuchi, uno de los tres integrantes electos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de los Estados Americanos (OEA); y Roberto Azevedo, director general de la Organización M