Sale la “política de mostrador”, entra la Política de Estado para la Cultura
En 2003, el Gobierno Lula encontró un Ministerio de Cultura debilitado, con bajo presupuesto y una actuación que no presentaba características de política pública. A pesar de la magnitud y de la diversidad cultural del país, el MinC era un ministerio poco relevante.
Fue necesario, urgentemente, crear planes, programas y metas para democratizar, federalizar e interiorizar las acciones. Solo así el Estado pasaría a jugar un papel realmente importante en el área de la Cultura.
Con Lula y Dilma, las políticas culturales fueron ideadas y planificadas con base en tres dimensiones: simbólica, social y económica.
Simbólica, porque la cultura nos ayuda a identificarnos como partes de una misma Nación.
Social, porque ella es una necesidad humana y un derecho básico, así como la salud, educación, alimentación y vivienda.
Económica, porque la economía creativa y cultural está allí, presente en el día a día, moviendo recursos, asegurando trabajo y generando ingresos a millones de brasileños.
Con el incremento presupuestario y la nueva orientación política, el Gobierno Federal pasó a tener un rol mucho más activo en el escenario cultural, que va mucho más allá de renuncias fiscales para la producción de proyectos. El objetivo pasó a ser el de realizar una política de fomento y apoyo a la producción cultural, en lugar de solo hacer “política de mostrador”.